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Primera semana (y media)

Hace ya casi un año que decidí embarcarme en una aventura: solicité un intercambio con la EPFL (École Polytechnique Fédérale de Lausanne). Lausana es una ciudad de poco más de 100.000 habitantes, capital de cantón de Vaud (Suiza). La verdad es que hace ya algunos años me había fijado en esta preciosa ciudad a las orillas del lago Léman y cuando la vi en la lista de destinos Erasmus, se convirtió inmediatamente en mi objetivo.

La EPFL es una de las universidades más prestigiosas del mundo para los campos relacionados con ciencia y tecnología. Y teniendo en cuenta que casi todas las universidades de este prestigio se encuentran en Estados Unidos, es una suerte tremenda tener algo así relativamente cerca de mi casa (a dos horas de vuelo). Además, Lausana es una ciudad mediana (no soporto las grandes urbes) en la que es cómodo vivir, y Suiza es un país en el que todo el mundo dice que se vive muy bien, así que creo que tenía motivos de sobra para elegir este destino.

Pero no todo iba a ser de color rosa en este asunto. Yo estudio en Granada, una ciudad de un tamaño similar a Lausana con una universidad bastante grande para la población que tiene. La mayoría de los campus están en distintos puntos de la ciudad, con incluso algunas facultades integradas en el centro. Imaginé que en Lausana me encontraría algo similar, pero con la solicitud ya hecha, descubrí que las dos grandes universidad de Lausana, a saber, la EPFL y la UNIL (Université de Lausanne) se encuentran en un enorme campus, que por motivos obvios no está en medio del centro de la ciudad, sino que se encuentra muy a las afueras. Asumí que el abono de tren o autobús iba a ser mi mejor amigo.

Ahora toca hablar del alojamiento. Hay ciudades en las que es todavía más difícil encontrar un techo pero lo de Lausana es una locura. Existe una empresa llamada FMEL (Fondation Maisons pour Étudiants Lausanne) que gestiona varias residencias. Se decía que el tiempo de espera para conseguir una habitación era de dos años, así que seguro que yo habría llegado tarde, de no ser porque este curso han creado un nuevo sistema de reserva de habitaciones "en tiempo real". Me imagino miles de estudiantes, armados con infinita paciencia, sentados delante de su ordenador y fundiendo el botón de recargar página, a la espera de que en el portal apareciera una triste habitación para pinchar en ella y descubrir que alguien había clickado tres décimas de segundo antes. Al final, yo conseguí una habitación sin tener que pelearme, en la residencia en la que nadie quiere estar. Se llama Zenith y está en Morges, a casi 20 km de Lausana (eso explica por qué nadie la quiere).

Tras un verano muy pero que muy movidito, se fue acercando el día del vuelo hasta que el día miércoles 12 de septiembre me dirigí definitivamente al aeropuerto para comenzar esta nueva etapa de mi vida. Después de coger tantos aviones durante todo el verano, casi me pareció ya una rutina, me sentía como si nada estuviera pasando cuando iba a vivir uno de los mayores cambios de mi vida. En el aeropuerto, conocí en persona a cuatro chicas españolas con las que había contactado durante el verano y que iban a hacer, como yo, un intercambio en Lausana. El primer día me dejé guiar por Marta, una chica de Barcelona que está en la misma residencia que yo. Ella ya llevaba dos días por Suiza, y no es que ella estuviera ya 100 % establecida pero yo andaba muy perdido obviamente. El primer día fue de recados: hacerse el abono, ir al supermercado... Y había muchas compras bastante urgentes: no sabía que en las residencias fuera de España, no te dan ni sábanas ni sartenes ni almohadas... y todo eso no me habría cabido en la maleta.

En los primeros momentos en la residencia, no me gustó el ambiente. Mi único recuerdo de una residencia universitaria es el de mi primer año estudiando en Granada y son unos recuerdos realmente maravillosos. Encontré a grandes personas allí, y recuerdo que desde los primeros días estábamos socializando. En cambio, en esta residencia la gente no se paraba a hablar en los pasillos, solamente te saludaba y seguía rumbo a sus quehaceres. El mismo miércoles estuve hablando con mi madre y con mi amiga Miriam, y eso junto a la sensación de estar un poco fuera de lugar hizo que echara mucho de menos mi vida anterior. Esa sensación de melancolía supongo que era en cierta manera inevitable. En Granada seguramente haya tenido los mejores años de lo que llevo de vida y ver cómo mientras yo me vengo a Suiza, las personas a las que aprecio se están reuniendo por el comienzo del nuevo curso y yo no estoy allí es duro. Sin embargo, a la hora de la cena, se empezó a montar un grupito con gente de diversos países: España, Italia, Francia, Camerún, Portugal... y muchos de los allí presentes estábamos en la misma situación de acabar de llegar y sentirnos un poco descolocados. Estuvimos hablando un buen rato y me pareció gente muy simpática.

El día siguiente lo dediqué a ir de visita a Lausana. Conocí por Erasmusu a una chica rusa, Lara, que iba a estudiar música en Lausana. Estuvimos hablando bastante durante el verano y habíamos prometido vernos nada más llegara yo a Suiza. Ella ya llevaba un tiempo por Suiza y me enseñó sus lugares favoritos de la ciudad. Yo todavía estaba un poco desorientado en este nuevo mundo, tenía todavía el inglés un poco oxidado... pero pasé unas horas muy agradables y me encantó la ciudad. Se me pasó el tiempo volando. De hecho, llegamos a hacer casi 30 000 pasos por las empinadas calles de Lausana, y tampoco sentí fatiga en mis piernas. Después de tomar el aire suizo tantas horas, me sentí un poco mejor y esa noche era la fiesta de bienvenida para los estudiantes de Erasmus, a la que fui con la gente de la residencia que había conocido el día anterior. Aunque yo no soy muy fiestero, tengo que decir que me encantó ir a la discoteca con este grupo. Además, conocía a algunos españoles, sin poder mantener una conversación porque el lugar no era el más favorable.

El problema nos lo encontramos al darnos cuenta en la discoteca de que no íbamos a poder coger el último tren y que íbamos a tener que esperar hasta casi las 4 de la mañana. Se nos había ido la hora, tan eufóricos estábamos. Al volver a la discoteca para hacer tiempo, se me empezó a hacer pesada la fiesta y al final conseguí que Marta me acompañara a la puerta de la discoteca. Poco después también vino Furkan y estuvimos hablando sobre acertijos y cartas, el mejor tema para las 2 de la mañana en la puerta de una discoteca. A lo tonto, el tiempo pasó, pudimos coger el tren y llegamos a la residencia a las 4:30. Lo divertido del asunto es que al día siguiente teníamos una jornada de bienvenida, de asistencia obligatoria, en la universidad y era a las 8:15. Para más inri, después de dicha jornada, yo me iba al fin de semana de bienvenida (en un chalet en los Alpes) organizado por la ESN (Erasmus Student Network), y tenía que preparar mi maleta. Conclusión, dormí una hora y media. Y la noche anterior, con todas las emociones experimentadas tampoco pude dormir muy bien así que me presenté en la universidad el día siguiente en un estado bastante lamentable.

La jornada de bienvenida se me hizo un poco pesada porque no estaba de humor para esas cosas. Allí seguí conociendo gente española y a un chico de física, Amit, al que reconocí porque me sonaba de la residencia. Nos pusieron la universidad en un altar y casi que uno sentía como una gran responsabilidad empezar a estudiar allí. Después de la jornada, estuve haciendo algunos recados y estuve con Amit en la cafetería esperando la hora del autobús para el chalet.

En el autobús de camino al chalet volví a empezar a sentir muy fuerte la melancolía, pero al llegar y ver tanta gente he de decir que se me pasó, aunque no definitivamente, pues todavía tendría tiempo para algún ataque más de esos. El chalet estuvo muy interesante, pude interactuar con muchísimas personas en tan poco tiempo y en general me pareció divertido. Disfruté muchísimo de los Alpes y de sus paisajes inigualables. Las dos noches hubo fiestas, y en estas no me lo pasé tan bien como en la fiesta de bienvenida. La primera noche estaba muy cansado después de no haber dormido la noche anterior y casi no tenía energía para estar de pie, con lo que decidí guardar mis energías. La segunda noche fue una fiesta de disfraces, y la idea fue genial. Sin embargo, no llegué a encontrarme en mi salsa y opté por mi estrategia favorita para ese tipo de situaciones; irme a la calle a hablar con la gente. Después de deambular un poco, me senté al lado de una hoguera que habían puesto y empecé a hablar con un chico de Corea, Jay, lo cual arregló bastante la noche porque me encantó la conversación.

El lunes era día festivo, y como volví el domingo del chalet, tenía pensado hacer la compra en condiciones porque llevaba sobreviviendo con tres cosillas desde que llegué. Por desgracia, en Suiza cuando es fiesta, nadie abre su tienda. Y el martes ya empezaba con las clases a tope, pero tuve que desviarme al supermercado después de las clases para no morir de hambre. El lunes los estudiantes de física de Lausana nos organizaron un pequeño tour por el campus para que pudiéramos localizar los sitios más importantes, y después de eso, fuimos a la orilla del lago Léman, donde conocí a varias personas y eché un muy buen rato. De martes a jueves, empecé a acostumbrarme a la que será mi nueva rutina y tengo que decir que no me puedo quejar de universidad.

El viernes fue un día asqueroso de papeleo. Yo, como extranjero que soy, tengo que ir a una oficina a inscribirme como estudiante residente en Suiza, entregar unos papeles y pagarles una tasa. Me presenté en la oficina sin el dinero en efectivo porque lo había olvidado en la residencia y sin la foto porque no tenía foto tipo carnet. Por ello, me tuve que hacer dos viajes a la oficina, que no está precisamente cerca de la residencia. Lo importante es que ya me he librado de ese asunto. Lo único que me queda por hacer es intentar abrirme una cuenta bancaria para poder cobrar la beca, pero ya voy viendo el final de la burocracia cerca.

Ayer sábado fui a darme una vuelta al Ikea porque necesitaba un segundo juego de sábanas, y de paso miré si había algunas cosilla interesante, ya que el mobiliario de las residencias es tan justo. Mientras estaba yendo, Marta me preguntó si iba a ir a la noche de los museos, y yo no sabía siquiera de qué se trataba. Entre lo que me contó ella y lo que encontré por Internet, me pareció una idea genial. Pagando una entrada única de 10 francos suizos, puedes entrar a todos los museos de la ciudad de Lausana durante una tarde, y por ser esa fecha especial, los museos cierran a las 2 de la madrugada. Hablé con Lara, quedamos para ir a eso y estuvimos en casi diez museos distintos, recorriendo la ciudad como hacía una semana. Pasamos por muchos lugares en los que ya habíamos estado, y al principio no los reconocía porque de noche parecían distintos. Fue una tarde genial.

No tengo gran cosa que contar de hoy, ha sido un día bastante corriente, y creo que ya ha he escrito bastante, así que lo dejo aquí. Seguiré informando de futuras noticias. Las fotos de esta semana son de la montaña (en Thyon-Les Collons) y de la catedral de Lausana de noche.



Comentarios

  1. Me quedo con ganas del siguiente post! Me encanta como lo redactas y lo bien que te expresas, te echo mucho de menos, disfruta al máximo!!!

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